EL PAIS - 18/02/18 - Barrios viejos con ADN nuevo

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Impulsados por la construcción de viviendas, miles se mudan a barrios céntricos. Renovados, los comercios cambian. Para algunos vecinos, la novedad mejora su calidad de vida pero también la encarece. Varios venden y se mudan. ¿La gentrificación llegó a Montevideo?

Patricia maldice a sus nuevos vecinos cada vez que sube a la terraza a colgar la ropa. El impacto de las dos torres de 12 y 24 pisos construidas en Gonzalo Ramírez y Aquiles Lanza le cambió el sol, le cambió la sombra y le deja la ropa mojada. Dice, en cambio, que gracias al centenar de familias recién llegadas "los malandros están contenidos", y que ahora hay muchos más comercios.

Pero los almacenes del barrio se están fundiendo. Aunque hay mejores opciones. Pero hay más vecinos que venden sus casas y se van. Aunque está todo más lindo. Para ponerle un punto final a su indecisión, suelta: "Los cambios que están pasando son buenos y son malos".

Tres niños y tres perros rodean a Patricia y otra mujer la llama a los gritos. Ella, a pesar del apuro, quiere explicarse.

—Mi casa también podría ser un edificio. Ni aunque me pongan el doble de lo que me ofrecen arriba de la mesa me voy de este barrio. Porque acá está mi esencia. Este barrio soy yo. Me han ofrecido US$ 180.000, por ejemplo. En los últimos dos años me golpearon la puerta varias veces. Pero les digo que soy de las personas humildes que no tienen una cuenta en el banco, y así y todo de acá no me voy.

Otros vecinos no pueden cumplir esta promesa, y tentados por la reciente revalorización del precio del terreno, se van. También hay comercios, como el autoservice de Sofía, que aguantan a pesar de que un tercio de los clientes que hacían sus compras a diario en su negocio ahora opten por ir a las sucursales de cadenas de almacenes que venden productos premium.

—No podemos competir con ellos porque tienen de todo —dice.

Pensando en estos pobladores que se sienten desplazados por la llegada de una clase social más alta terminan yéndose del barrio, alguien pintó "no más gentrificación" en el muro de uno de estos flamantes locales nuevos. Al reclamo lo taparon con una enredadera. Pero, unos días después, a los pocos metros apareció otra pintada idéntica.

Durante 70 años el Barrio Sur de Patricia, Palermo, Cordón, el Centro, Ciudad Vieja y La Blanqueada se fueron vaciando. A mediados de la década de 1990, cuando el mercado de los alquileres se redujo y el precio se encareció, un censo realizado en esta zona arrojó que por cada 100 vecinos que migraron, 96 se mudaron a barrios más pobres. A los pobladores que se quedaron les tocaba ver desde lejos los proyectos inmobiliarios que se concentraban en la costa.

Sin embargo, en los últimos años la historia se revirtió y el 80% de las construcciones pasaron a concentrarse en esta franja, cercana a los lugares de trabajo, llena de servicios desaprovechados y casas viejas en desuso que fueron derrumbadas para convertirse en edificios de viviendas.

Entre los barrios que volvieron a nacer las estrellas son Cordón y Palermo. Por primera vez en décadas ocupan el primer y el segundo puesto en el top cinco de lanzamientos de viviendas y de ventas. Según Wilder Ananikian, presidente de la Cámara Inmobiliaria Uruguaya, el valor del metro cuadrado era de US$ 1.700 en 2011, cuando comenzó el atractivo por esta zona, y ahora ronda los US$ 2.500, pisándole los talones a la cotización en áreas como Malvín o Pocitos. Pero, esta revitalización, además de cambiarles las caras a estos barrios con fachadas y vecinos nuevos, ¿podría llegar a sustituir a unos habitantes por otros?

Montevideo cool

Como si se tratara de una vendetta urbanística, en un puñado de años y tras la construcción de 15.200 viviendas nuevas, el área central y despoblada de la ciudad le quitó el protagonismo a la costa, territorio predilecto de los inversores. "De Rivera hacia el sur el éxito de un proyecto inmobiliario estaba asegurado, el problema era que los terrenos se estaban agotando", explica Aníbal Durán, gerente ejecutivo de la Asociación de Promotores Privados de la Construcción.

Los promotores idearon un proyecto para trasladar la inversión de Rivera hacia el norte. "Pero necesitábamos una zanahoria y esa zanahoria fue la exoneración tributaria", agrega Durán. Esta idea se la presentaron a José Mujica pocas semanas antes de que asumiera la Presidencia. Y, en 2011, con la ambición de satisfacer la demanda de vivienda de la clase media y repoblar las áreas céntricas, esa idea, modificada por las autoridades de la Agencia Nacional de Vivienda, se convirtió en ley.

Por eso los especialistas dicen que el resurgimiento de estos barrios es un efecto de la ley de vivienda promovida, que ofrece exoneraciones fiscales a quienes construyan en estas zonas de la capital. Si bien logró cumplir con su meta de repoblación, estimuló el comercio y mejoró la actividad de la construcción, Salvador Schelotto, director nacional de Vivienda, dice que falló en "la llegada a través de precios accesibles de compra y de alquiler a los sectores medios y medios bajos".

Alquilar un apartamento de un dormitorio tiene un costo similar en Palermo, Cordón o Pocitos: entre US$ 570 y US$ 680. El precio de venta de un apartamento de dos dormitorios es cercano a los US$ 150.000. La arquitecta Gabriela Pallares señala que no solo se encareció el costo de la vivienda para los pobladores tradicionales, sino que "se eliminó al barrio como una alternativa más económica". Como Patricia, concluye: "La transformación urbana trae buenas noticias, pero también malas".

En los últimos siete años, promotores españoles, argentinos y locales invirtieron unos US$ 8.000 millones en la construcción, reciclaje y compra de vivienda para lanzar al mercado. El asesor inmobiliario Julio Villamide —para muchos el padre de la ley—, asegura que esa inyección de stock expandió el mercado en más de un 30%.

Con las casas llegó la gente y con la gente llegó el dinero. Revitalizados por un nuevo perfil de habitantes, rápidamente Cordón y Palermo —y en menor medida Barrio Sur, Centro y Ciudad Vieja— se transformaron. Y calle a calle germinaron negocios nuevos preocupados por cumplir con las altas expectativas de estos vecinos recién mudados.

Así los describe el arquitecto Federico Lagomarsino: "Es una población de entre 30 y 40 años, de clase media, que está empezando a consumir el café gourmet, come la hamburguesa en un food truck, usa ropa de diseño, se traslada en una bicicleta plegable, toma la cerveza artesanal y va a una peluquería ecológica".

Frente a un panorama barrial que reúne a nuevos pobladores, servicios cotidianos encarecidos y un notable aumento del precio del metro cuadrado, algunos especialistas aseguran que están surgiendo síntomas de gentrificación, una tendencia que prolifera en los cascos históricos y antiguos enclaves obreros de distintas ciudades del mundo y que, recientemente, empezó a multiplicarse en América Latina. Villa Roma en Ciudad de México; La Boca y Palermo Soho en Buenos Aires; ¿Cordón, Palermo y El Bajo de Ciudad Vieja en Montevideo?

Estar a la moda

La gentrificación no es nueva en Montevideo. Villamide recuerda que en 1994 la transformación de la cárcel de Punta Carretas en un shopping expulsó a los pescadores de la zona. "Vivían en ranchos en terrenos que ahora cuestan US$ 400.000", dice. La novedad, opina el arquitecto Nicolás Barriola, "es que por primera vez podemos ver la toma de partido de los actores inmobiliarios en la gentrificación".

Este proceso tiene tres etapas. En la primera, el especulador detecta que hay una oportunidad y compra propiedades baratas. Algo que, para Lagomarsino y Barriola, ya está sucediendo en El Bajo. "Hay un grupo inversor argentino que viene comprando propiedades y algunas de ellas las brindó en comodato a artistas, a los que apoya en la generación de una movida cultural", dice Barriola. Lo que se busca es resignificar un barrio al que antes daba miedo entrar. "Igual que pasó en Berlín o en Buenos Aires, en esa resignificación la cultura es un aliado clave", apunta Lagomarsino.

La promotora inmobiliaria española Pilar Revuelta —que figura detrás de la reconversión de la antigua librería Barreiro y Ramos en un edificio de oficinas, y del esqueleto ubicado en Brandzen y Requena en una torre de viviendas— opina que el secreto para convertir un vacío en área residencial es volver a enamorar al ciudadano: "Los eventos culturales hacen que la gente se acostumbre a venir y estar no solo en horario de trabajo. Al final, le termina gustando como para mudarse".

Finalmente, luego de que el barrio consigue quitarse la grifa negativa que lo estigmatizaba, "suben los precios y ahí es cuando el especulador hace el negocio", explica Lagomarsino. Barriola dice que como consecuencia, tal y como sucedió en La Boca en Buenos Aires, "la gente que estaba ahí, al ver que los alquileres suben y tentados por vender a buen precio su casa, se van. Pero se van a zonas periféricas, donde hay menos servicios, empeorando su calidad de vida y extendiendo una parte de la ciudad que es lo que se quería evitar". Si el anzuelo de La Boca era el arrabal, dice este arquitecto, "ahora solo quedó un escenario de postal". Se fue la esencia, lo que quedó es la cáscara.

Los viejos y los nuevos

Si bien hay síntomas, ¿podría darse en nuestro país esta última etapa de la gentrificación que expulsa a los vecinos masivamente? Patricia Goldaracena, especialista en ordenamiento territorial y desarrollo urbano, cree que antes habría que investigar si "estamos frente a este fenómeno o si se trata de una reactivación de espacios, que ahora sustituye y densifica el suelo que estaba subutilizado". Pablo Ligrone, que dirige una maestría sobre estos asuntos en la Universidad de la República, coincide: "La pregunta es válida y es necesario averiguarlo, pero no creo que los vecinos nuevos estén desplazando a gente con características muy diferentes a las de ellos mismos". En definitiva: a diferencia del resto del mundo, aquí no habría una clase alta, sino media, protagonizando este fenómeno.

Es que hay una gentrificación para cada ciudad. Por eso Lagomarsino opina que lo interesante de este proceso en Uruguay es que "como somos pocos, los procesos son más lentos y gracias a esto hay mucha consciencia de que la gentrificación está pasando. Los artistas que ocupan las casas lo saben y el municipio también. Creo que hay una posibilidad de que no se llegue a completar la expulsión, si es que se logra regenerar el barrio manteniendo a la población vieja junto a la nueva".

Pero, ¿cómo se logra? En París y en Berlín se decidió topear el precio de los alquileres en las zonas afectadas para evitar la migración. "Pero fue como llegar tarde al problema", advierte. Es que en el mundo nadie tiene controlado qué freno poner y cómo ponerlo, "porque si vos dominás esto estás yendo contra el libre mercado", dice Barriola. En este sentido, opina que la nueva reglamentación de la ley de vivienda promovida, que fijó un máximo al precio del 10% de las viviendas construidas, podría ser un camino para retener a los viejos vecinos. Aunque, como siempre con la gentrificación, el dilema es que lo bueno no viene solo: "No sé si al vecino que antes le fiaban en el almacén ahora va a poder comer sushi en el nuevo negocio barrial", dice Lagomarsino.

Si el caso de estudio montevideano está en Ciudad Vieja, el arquitecto Ligrone señala que también hay que contemplar la presencia de inmigrantes en esta parte de la ciudad, que están copando las pensiones de la zona por valores desorbitantes en comparación a los servicios que les ofrecen. "La llegada masiva de inmigrantes está generando un cambio urbano importantísimo y esto puede tener efectos positivos si se integran bien o negativos si se integran mal", anuncia.

El alcalde del municipio B, Carlos Varela, no quiere mirar para el costado. Dice que las cooperativas, que se inauguran cada vez más seguido en Ciudad Vieja, son una manera de asentar a la población original en un barrio que está transformándose. Otra alternativa es pensar en qué hacer con tanta vivienda abandonada. Si en el municipio hay 339 en desuso, la mayor cantidad están allí y, entre ellas, muchas son edificaciones con valor patrimonial. En el barrio, los vecinos comentan que hay argentinos comprando en El Bajo (los responsables del proyecto de revitalización de la zona no quisieron hacer declaraciones). Dicen, también, que saldrá una ley que regulará el abandono de las casas y que ahí sí Ciudad Vieja volverá a poblarse.

El proyecto de ley, explica Varela, prevé darles a los propietarios de casas vacías la oportunidad de que se hagan cargo y, si no lo hacen, incorporarlas mediante vía judicial para proyectos habitacionales o culturales. "Sin importar que salga o no la ley, este trabajo ya lo estamos haciendo hablando nosotros con distintos dueños", asegura. Con el visto bueno de Varela, los arquitectos Gonzalo Bustillo y Mariana Ures están llevando adelante una investigación relacionada. "Investigamos la posibilidad de generar viviendas de bajo costo y transitorias para jóvenes, estudiantes, migrantes o personas solas que en este momento no ven cubierta esta demanda en Ciudad Vieja, y terminan en pensiones por no tener una garantía de alquiler ni el dinero para un depósito de seis meses, pero que sí tienen posibilidad de pagar mensualmente", explica Ures. Plantea: "Queremos ver si es posible de esta manera generar una rehabilitación del casco histórico que no sea solo un maquillaje de las fachadas e incluya a sus pobladores". Hasta el momento, entre los propietarios localizados a los que se les hizo la propuesta, no hubo negativas.

La reactivación de los barrios plantea el desafío de seducir al inversor inmobiliario, que el barrio lo pueda recibir, y aprovechar este empujón para salir ganando todos sin expulsar a algunos. La búsqueda del urbanismo ideal, al igual que tantas otras cuestiones, es hallar ese punto de equilibrio que siempre es tan esquivo.

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